Elena Bargues

Bonifacio Rodríguez de la Guerra

Alcalde Mayor de Santander en funciones durante la ocupación francesa.

Descendía de los Guerra de Ibio con casa abierta en Viérnoles. Casado con doña Joaquina Prieto y Calva, señora de cinco mayorazgos con la que tuvo seis hijos. La residencia habitual era Torrelavega, pero tenía casa en Santander, en la calle San Francisco.

Hombre de clase media, frecuentaba los salones de Becedo (los más cotizados de la época) y participaba en las tertulias. Caballero y enemigo de intrigas, rechazó el cargo de regidor en Santander en 1804 por necesidad de atender la conservación de sus muchas haciendas.

1808.

1ª Ocupación: 27 de junio.

La corporación del ayuntamiento de Santander huyó ante la llegada de los franceses. Los vecinos acudieron a la casa de don Bonifacio y le suplicaron que ocupara el cargo de Alcalde Mayor. Acudió al ayuntamiento y el obispo Menéndez de Luarca le encargó la municipalidad y le entregó la Capitulación antes de huir.

La población había pasado de 1.500 familias a unas 80 o 100 en escasos días. Ocupó el cargo obligado con la idea de salvar la independencia de los organismos oficiales y de mantener en el cargo a los súbditos españoles.

El 21 de junio entraron los franceses. Don Bonifacio trabajó para salvar vidas y haciendas, de los habitantes presentes y ausentes, y liberar a los vecinos de los horrores de la guerra: ordenó que se entregaran todas las armas blancas y de fuego y, quien no lo hiciera, sería tratado de traidor.

Consiguió del general Merle, bajo palabra de honor y tras entregarles las armas, que respetara vidas y haciendas y prestó juramento de fidelidad y obediencia.

Con autoritarismo y diplomacia proporcionó víveres y alojamiento para nueve mil hombres, y cuadras y forraje para doscientos cincuenta caballos. Los esfuerzos pacificadores fueron positivos:

—Salvó a la ciudad de los saqueos.

—Redujo el número de representantes que debían desplazarse a Bayona para jurar fidelidad a José I.

—Convenció de la imposibilidad de volver a los huidos en cuarenta y ocho horas. La táctica de alargar el tiempo la utilizó en repetidas ocasiones durante la ocupación.

No obstante, la codicia de los generales franceses resultó la mayor plaga. Don Bonifacio tuvo que emplear el soborno para mantener la calma: a los 12 millones de reales que exigió Merle, don Bonifacio añadió 35 mil tornesas en calidad de «donativo».

A primeros de julio el ejército se retira a Reinosa y, desaparecido el peligro, regresan los huidos con la confianza que les inspira la llegada del general asturiano Llano Ponte, quien acordó con don Bonifacio establecer una red de espionaje para conocer los movimientos de las tropas francesas y mantener un arriesgado abastecimiento de las tropas insurrectas, tras lo que regresó a su base asturiana.

La labor de don Bonifacio como pacificador no fue reconocida por los vecinos y lo acusaron de traidor.

Entre el 3 de agosto y noviembre llegan las noticias de las victorias españolas de: Gerona, Valencia, Zaragoza y Bailén.

Del 9 al 11 de octubre desembarcaron las tropas del marqués de La Romana, que habían servido en Dinamarca a Napoleón, donde les pilló la noticia de la invasión de su país.

El 10 y el 11 de noviembre tiene lugar la batalla de Espinosa de los Monteros, decisiva para la suerte de Santander, entre el general Joaquín Blake y el general francés Víctor. Derrotado Blake, se retiró a León y dejó desprotegida a Cantabria. La ocupación de Reinosa el día 14 por el general Soult provocó el segundo éxodo en la ciudad.

2ª Ocupación: 16 de noviembre.

Soult entró en la ciudad un día de viento sur en medio de un huracán extraordinario que provocó una explosión de pólvora sobre el muelle y prendió fuego a la ciudad por tres puntos.

De nuevo, don Bonifacio se encontró al frente de un ayuntamiento con sólo siete personas. Habían quedado en la ciudad unos ciento cincuenta vecinos de ambos sexos: viejos, imposibilitados, niños y pobres. Tomó las siguientes disposiciones:

—Formación de una diputación para implorar clemencia a Soult.

—Constitución de una junta de subsistencia.

—Formación de piquetes para evitar saqueos.

—Socorrió en la puerta de su casa con un duro (de su bolsillo) a los soldados heridos y dispersos de sus unidades para que se marchasen y se librasen de los franceses.

—Escondió en el hospital a los insurrectos hasta asegurarles la fuga.

Soult entró con nueve mil hombres de la división de Bonnet y exigió medios de subsistencia y un número de carruajes fuera de las posibilidades de la población.

1809.

Francisco Amorós Ondeano, fue nombrado por José I gobernador militar y político de Santander y su provincia. Llega para restablecer la organización política y administrativa desmantelada por Soult bajo el control de los josefinos:

—Nombra corregidor a Bonifacio Rodríguez de la Guerra

—Recompone la Hacienda.

—Asegura el orden público: Guardia Nacional.

—El 16 de diciembre de 1808 establece un reglamento de policía de 13 artículos para todas las jurisdicciones.

—Dictó medidas enérgicas contra los insurrectos: guerrillas y bandoleros, lo que provocó incidentes armados en Treto y Bárcena.

—Creó la Gazeta que repite los artículos más destacados de la de Madrid.

—Se habilitó el convento de Santa Clara como hospital militar.

Ante la imposibilidad de cubrir las necesidades del ejército, Amorós fue relegado por los generales y muchas de sus medidas no sirvieron de mucho. A los tres meses fue reemplazado por Santiago Arias Pacheco como «gobernador intendente».

Arias Pacheco exigió una lista de los hombres distinguidos y considerados como acaudalados de la ciudad, y si eran favorables o no al gobierno de José I. Don Bonifacio alegó que no había tantos ricos en la ciudad y que la mayor parte de ellos tenían sus riquezas en América para dar largas. Mientras tanto, pidió al conde de Montarco que lo relevara del cargo, porque el verdadero alcalde mayor, Julián Bringas, se hallaba en la ciudad, pero se negaron.

El general Noireau se quejó del estado de los hospitales y se ordenó requisar camas, ropa de cama y jergones a los ciudadanos.

A lo largo del verano de 1809, se sucedieron movimientos de tropas tanto francesas como españolas, saqueos, detenciones y contribuciones de guerra por ambos bandos. El ayuntamiento, gracias a la diplomacia de Rodríguez de la Guerra, mantuvo milagrosamente un equilibrio entre vecinos y tropas francesas. Don Bonifacio informó sobre exacciones y repartos a los contertulios de la ciudad y mantuvo la correspondencia con Llano Ponte.

Onomástica de Napoleón. El general de brigada Bonnet invitó a Rodríguez de la  Guerra a un baile el día 12 de agosto y a una comida el día 15 en su residencia de Pronillo.

1810.

El general Bonnet recibió el ascenso a general de división y dejó el gobierno militar de la ciudad en el general de brigada Nicolás Barthélémy. La avaricia personal del este general y de la gente de la que se rodeó fue tal que unió a las autoridades santanderinas, —Aldamar, intendente de la provincia y Bonifacio, alcalde mayor—  para conseguir que lo depusieran del cargo. En octubre llega su sustituto, el general Boyer, mientras instruyen la sumaria a Barthélémy.

1811.

La resistencia pasiva se acentuaba en las zonas francesas, que se volvían activas en forma de intrigas y reuniones secretas. Los franceses y afrancesados, ante el peligro, necesitaron atar a las personas para que se mantuvieran en la fidelidad con cargos y prebendas. Para desesperación de don Bonifacio, en marzo de 1811 le concedieron la Cruz de la Real Orden de España (La Berenjena). Dilató la aceptación hasta que en 1812 descubrieron que no había firmado ni jurado para conservar el título y recibir la renta que le correspondía.

Ese verano, Porlier entró en la ciudad y apresó al gobernador civil Aldamar.

1812.

El general Dubreton estaba al mando del ejército. Aunque se formó un nuevo ayuntamiento en el que quedaron excluidos aquellos que tenían algún familiar en las tropas españolas, Bonifacio siguió al frente.

Dubreton, ante el avance inglés, abandona la ciudad y se retira a Santoña. La presencia inglesa en la bahía siembra el pánico y, una vez más, don Bonifacio apacigua los ánimos de una población hambrienta para que no se produzcan disturbios y saqueos.

En cuanto los santanderinos se aseguraron de que los franceses habían sido derrotados y se retiraban, procedieron al arresto de todos los «colaboradores» que no se marcharon con los franceses. Julián Bringas regresó y ocupó la alcaldía y Rodríguez de la Guerra se retiró a descansar. En marzo de 1814, Manuel de Rada, abogado de los Reales Tribunales y juez de 1ª instancia de Santander, lo requirió bajo la acusación de colaboracionista, acusación de la que salió absuelto.

Elena Bargues