Los balnearios en el siglo XIX.
El término balneario evoca un lugar bello, saludable, el contacto con la naturaleza, lujo, magia, nostalgia, reposos, silencio, serenidad y aguas termales. El epicentro es el agua termal que brota de las entrañas de la tierra y que aporta lo místico, la energía, los minerales y las esencias que restablecen el organismo exhausto.
Los médicos prescribían aguas minero-medicinales a enfermos crónicos que les mejorarían la vida en una amplia gama de patologías. De ahí que cada manantial tuviera minuciosos y detallados análisis de sus aguas que le permitían especializarse en determinados malestares.
Se cree que el auge de los complejos balnearios durante el siglo XIX se debió a la revolución industrial y el nacimiento de urbes insalubres y, por tanto, la necesidad de regresar al campo. Estos complejos balnearios se ubicaban en zonas alejadas, montañosas, junto a ríos o lagos, desde los que se disfrutaba de magníficas vistas de verdes campos. El ferrocarril se encargaba de poner al alcance de los más pudientes estos paraísos perdidos.
El complejo balneario tendía a ser autosuficiente, llegando a formarse a su alrededor una villa con luz, telégrafo, tiendas, hoteles, fondas, bibliotecas, teatros y capilla para la atención de los clientes. La Casa de Baños se situaba en el punto donde emergía el manantial y se construía una vistosa fuente con varios caños para que se pudiera beber directamente de ella.
Estas casas podían ser recintos sencillos o contar con galerías acristaladas, bañeras de caro mármol, piscinas decoradas de formas caprichosas, amplias salas según el esplendor y la categoría del balneario. Entre los servicios que se ofrecía había baños de asiento, de esponja, abluciones, corredor de todo tipo de chorros, duchas, pulverizaciones, inhalaciones y una gran variedad de artilugios para aplicarlas, saunas y piscinas.
Los complejos termales fueron lugares de encuentro entre la aristocracia y la burguesía que se podían permitir unos meses de indolencia, amoríos, intrigas políticas, bailes y fiestas, que han retratado los pintores e inmortalizado los escritores.
Moda femenina en 1890.
Desaparece el polisón y la falda, estrecha en la cintura, cae con más movimiento y elegancia gracias a su base ancha.
El cuerpo es muy ajustado, con hombros anchos y mangas rígidas y voluminosas en la parte alta: mangas pernil.
Se pone de moda la ropa deportiva.
La pluma estilográfica.
El artículo de escritura que se utilizaba era el palillero con una plumilla de metal que continuamente había que estar mojando en el tintero. Lewis Waterman era un comercial que había perdido un contrato porque su pluma no escribía y emborronó el documento. Waterman decidió crear una pluma segura y fiable.
Estudió el principio de capilaridad y desarrolló un depósito de tres fisuras para que la tinta fluyera y evitara el goteo a la vez en 1883. Lo patentó y se asoció a una empresa para fabricarla que terminó cambiando de nombre: Waterman Pen Company. Durante los años siguientes se mejoró el sistema y se incorporó el capuchón para facilitar el trasporte y evitar las manchas. En los años noventa se fabricaron estilográficas de precio medio para extender su uso y otras de lujo por los acabados y, en 1899, se abrió una nueva fábrica en Canadá.
Líneas de vapores trasatlánticos.
Hasta la consolidación del avión como transporte de pasajeros, el barco de vapor fue el único medio de viajar entre continentes.
El puerto de Santander cobijó una larga lista de navieras que mantenían salidas y llegadas semanales o mensuales con otros puertos. Los puertos más usuales en la península eran La Coruña, Cádiz y Barcelona; en Gran Bretaña: Liverpool y Londres; y en América: Nueva York, La Habana, Puerto Rico, Veracruz, Caracas, Montevideo y Buenos Aires.
La pistola de bolsillo.
La pistola Remington double-Derringer es una pistola concebida para llevar en el bolsillo, de doble cañón y calibre .41 que fabricó la compañía Remington desde 1866.
El mosaico Nolla.
Predecesor del mosaico hidráulico. Tiene su origen en Inglaterra en 1850 y, en España, en 1863, Miguel Nolla construyó una fábrica de mosaicos en Meliana (Valencia) y popularizó su empleo. Está formado por pequeñas teselas de gres cerámico con formas geométricas monocromas y de colores con las que se componen grecas geométricas o de flores imitando a las alfombras si forman la solera; o bien grecas si forman el zócalo de la pared.