Elena Bargues

Literatura para nostálgicos

Bajo este epígrafe reúno una serie de artículos que se publicaron en la desaparecida revista Artes & Cosas sobre autores y obras olvidadas, descatalogadas o pasadas de moda; pero que, de alguna manera, contribuyeron a entretenernos y a formarnos como lectores:

1. Zane Grey; 2. Daphne du Maurier; 3. John Galsworthy; 4. D.E. Stevenson; 5. Nevil Shute; 6. Alejandro Dumas; 7. James O. Curwood; 8. Herbert George Jenkins; 9. Ayn Rand; 10. Anne y Serge Golon; 11. Louis Bromfield; 12. Elizabeth Gaskell; 13. A. J. Cronin; 14.Anna K. Green.

 

 

 

1.  ZANE GREY

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Cuál es mi sorpresa cuando descubro que Zane Grey vuelve a estar de moda. Lo citan en varios blogs de lectura, la editorial «Tempus Fugit» lo rescata del pasado y los ocho volúmenes de las obras completas de la editorial Juventud oscilan entre los doscientos cincuenta y los trescientos noventa euros en Internet, ¡ojo!, de segunda mano. Así que llamé a mi madre inmediatamente y le pregunté si continuaban los ocho tomos en la librería, esos tomos de tapas rugosas verdes y papel biblia que habíamos leído todos con fruición en nuestra adolescencia, y le recomendé que les pusiera un candado, no fueran a volar.

Zane Grey es el seudónimo de Pearl Zane Gray que nació en 1875 en Zanesville, Ohio, ciudad fundada por su bisabuelo, el coronel Ebenezer Zane. Se graduó en Odontología, pero el diario de su abuela lo animó a relatar el asentamiento de sus antepasados: «La heroína de Fort Henry», «El espíritu de la frontera» y «La última senda». La trilogía sobre su familia rezuma los esfuerzos de los colonos para hacerse sitio en unas tierras salvajes ensalzando la valentía de Betty Zane durante la defensa del fuerte Henry contra los indios.

A partir de entonces se dedicó a escribir sobre la conquista del Oeste, exaltando la vida al aire libre, de la que tanto disfrutaba el autor durante las continuas ausencias de su hogar para pescar y cazar. Se dedicó a recorrer el territorio de la Unión desde la frontera de Canadá hasta la de Méjico. Conoció al famoso coronel Búfalo Jones que le introdujo en el mundo del Oeste americano.  La figura del vaquero, joven y vagabundo, valiente y con nobles sentimientos, es idealizada y tomada como referencia del origen americano. Las mujeres, delicadas y a la vez fuertes y valientes, son las defensoras de la moral en un mundo duro y de hombres.

La temática es amplia si seguimos sus obras: Con «La estampida» recorremos el Llano Estacado, conduciendo las reses hasta Abilene; en «El caballo de hierro» participamos en el tendido de la vía férrea que comunicará las dos costas; en «La caravana perdida» compartimos la epopeya de los colonos que atravesaban las grandes llanuras en busca de nuevas tierras en las enormes galeras; en «Río Perdido» laceamos caballos salvajes en las Rocosas; o bien, asistimos a la desaparición de una forma de vida, la del vaquero, devorada por el avance de la civilización en «Bajo el cielo del Oeste».

Los personajes son variados, desde los jóvenes vaqueros despreocupados y ávidos de aventuras que adoptan los nombres de la topografía: Brazos, Pecos, Nevada, Laramie… a los hombres más maduros con pasado tormentoso que buscan la redención: Buck Duane, Lassiter, Nevada. Además de vaqueros, encontramos mineros, pistoleros, mormones, incluso un cazador de abejas «Prendida en sus propias redes», e indios. He de reconocer que con Zane Grey, además de geografía norteamericana, aprendí un sinfín de tribus que no mencionaban en las películas del Oeste: apalaches, arapahoes, mohaves, chippewas, iowas…

Zane Grey significa viajar al lejano Oeste, recorrer valles y bosques descritos con gran minuciosidad por alguien que los ha recorrido y los conoce bien; recuperar valores como la lealtad, la austeridad, el sacrificio, el compañerismo y el honor entre hombres y mujeres que comparten la rigurosidad de la vida natural; escenificar el avance colonial norteamericano a través de romances y aventuras.

Os invito a leer su obra a los que no la conozcáis y a releerla a los que la hayáis olvidado.

2. DAPHNE DU MAURIER

Sus relatos alcanzaron fama mundial gracias a las películas de Alfred Hitchcock que se basaron en ellos: «Rebeca», escrita en 1938, y «Los pájaros», en 1962.

Daphne Du Maurier posee una fuerza descriptiva que arrastra y dota a sus protagonistas de un espíritu fuerte y aventurero que te mantiene en vilo a lo largo de sus páginas. Cuando realicé el booktrailer de mi novela «El asalto de Cartagena de Indias» me vino a la cabeza la película «Frenchman´s Creek» o «La cala del francés» en la que una aristócrata , aburrida de la sociedad en la que vive, conoce a un pirata francés que se oculta en su mansión veraniega de Cornualles. La personalidad del hombre la atrae por la vida aventurera y decide unirse a la tripulación de su barco para asaltar y robar en otros puertos. La acción está servida. Finalmente, rechacé el empleo de algunos planos por la escasa definición de las imágenes.

No obstante, la novela que recomiendo se titula «La posada de Jamaica» que, a pesar del título, transcurre en su querido Cornualles. La escribió un año antes que «Rebeca» y la protagonista es una muchacha huérfana y de fuerte moral que llegará a la posada de sus tíos para vivir con ellos. El comienzo me recordó a «Cumbres Borrascosas» con una descripción muy similar de los páramos, de la soledad y del viento.

«Acurrucada en su rincón, sacudida por los vaivenes de la diligencia, tuvo la sensación de que hasta entonces no supo cuánto mal había en la soledad. Hasta la misma diligencia, que durante todo el día la había mecido como una cuna, la amenazaba ahora con sus sacudidas y gemidos. Al desaparecer el abrigo que daban las colinas, el viento zumbaba contra el techo y los aguaceros aumentaban en violencia, escupiendo con renovado encono su veneno contra las ventanillas. A ambos lados del camino, el paisaje se extendía interminable, sin límites. Ni árboles, ni caminos, ni grupos de casitas o aldeas, sino millas y millas de desnudos páramos, oscuros y solitarios, extendiéndose como un desierto hacia un horizonte invisible. Ningún ser viviente podría habitar este desolado país y seguir siendo como los demás —pensó Mary—. Hasta los niños nacerían contrahechos, como los renegridos retoños de la vegetación; torcidos por la violencia de un viento que no cesaba de azotar de Este a Oeste y de Norte a Sur. Sus almas estarían también contrahechas, y sus pensamientos se tornarían malignos, diabólicos, al habitar en estas tierras de cieno y granito, de áspero brezo y de piedra que se desmorona».

En ningún momento abandona el tono admonitorio de la  maldad que rodea el lugar y que produce en el lector el mismo desasosiego que en la protagonista. En este fragmento muestra, Du Maurier, una descripción sofocante que te engancha desde el principio del relato. Juega con la curiosidad de la joven Mary Yellan que persiste en llegar hasta el final de la verdad, acompañada por la avidez del lector, que no desea perderse una coma de los horribles sucesos entre contrabandistas y gentes que se dedican a raquear por las playas los restos de los naugfragios y sobre los que la escritora no omite detalle. Es la misma atmósfera opresiva que rodea a la señora de Winters en «Rebeca», que tan magistralmente traza con su pluma Daphne y que tanto prestigio le dio.  «La posada de Jamaica» fue llevada al cine con Charles Laughton y Maureen O´Hara en el reparto. Lo sorprendente de sus obras son los finales, en los que el amor está por encima de todo, incluso de las conveniencias sociales o de la prudencia.

Daphne du Maurier nació en Londres en 1907 y falleció en Menabilly Castle, Cornualles, en 1989, a los ochenta y un años de edad. Creció en el seno de una familia adinerada, nieta del escritor y dibujante George Du Maurier e hija del productor y actor Gerald Du Maurier y de la actriz Muriel Beaumont. La familia compra «Swiss Cottage» cerca de Fowey para pasar los veranos en Cornualles y rápidamente el espíritu romántico de Daphne congenia con el entorno. Escribe su primera novela «Espíritu de amor» en 1931. La primera de una serie de novelas de suspense, intriga, terror y gótico-románticas, tan en boga hoy día gracias a «Crepúsculo», situadas muchas de ellas en Cornualles, tierras que conoce perfectamente.

Se casó con el lugarteniente Frederick A. Montague Browing que llegó a ser héroe de guerra y recibió el tratamiento de «sir». Ella misma alcanza la distinción de «Dama de su majestad». Compraron el castillo de Menabilly, situada cerca de Fowey, Cornualles, donde dio a luz sus tres hijos y residió hasta su muerte.

 

 

3.  JOHN GALSWORTHY

La novela inglesa está de moda. La serie «Downton Abbey», como anteriormente lo hizo «Arriba y abajo», arrasa con el público ávido del lujo inglés. Sin embargo, para mí, los mejores autores son aquellos que hablan de su tiempo y nadie mejor que Jane Austen en «Orgullo y Prejuicio», Edith Wharton en «La edad de la inocencia» y John Galsworthy. ¡Ah! ¿Que no recuerdan a John Galsworthy? Yo les refrescaré la memoria.

Nació en Kingston upon Thames en 1867 y falleció en Londres en 1933 a la edad de sesenta y cinco años. Novelista y dramaturgo, su vida abarcó las épocas victoriana, eduardiana y georgiana. Bajo el nombre de «La Saga de los Forsyte» reunió: «El propietario», «El veranillo de San Martín de un Forsyte», «En el tribunal», «Despertar» y «Se alquila». Describe la vida de tres generaciones de una vasta familia de clase media a finales del siglo XIX. Y digo vasta por experiencia, ya que cuando la leí me encontré obligada a realizar un árbol genealógico para no perderme que, por cierto, guardo en el libro de la Saga para que pueda disponer de él la persona que desee leerla, soy así de considerada. Jolyon Forsyte y Ann Pierce tienen diez hijos que a su vez engendran veinte nietos y éstos, diecisiete bisnietos. Pero no se alarmen, los que de verdad nos interesan son Jolyon y James junto a su descendencia.

Irene, la esposa del Soames, hijo de James, es la mujer que unifica el resto de las novelas. Es la propiedad de Soames que se rebela contra el propietario y lo abandona para irse con un arquitecto. Irene es la mujer fuerte que afronta el destino. No hay que olvidar que Galsworthy es un defensor de los derechos sociales y de la mujer, a pesar de su educación es un liberal y un reformador que participará activamente en la política social de Gran Bretaña. Irene simboliza la mujer liberal. El viejo Jolyon descubrirá la estrechez económica en la que vive cuando abandona la casa de Soames y la ayudará. «El veranillo de San Matín de un Forsyte» es una de mis preferidas. El viejo Jolyon se replantea los valores en los que ha vivido, comprende que el mundo evoluciona y que debe adaptarse a las nuevas formas. Se erige en defensor de Irene, a la que dedica parte de su tiempo y reflexiona sobre el camino que han seguido sus hijos. El joven Jolyon, para regocijo del viejo Jolyon, se sentirá atraído por la mujer a la que se unirá en matrimonio. El viejo Jolyon comprará Robin Hill por el gusto de desposeer al propietario. De esta manera se rompen las relaciones entre la familia de Jolyon y de Soames. Es tal la fuerza descriptiva y la caracterización de los personajes que, cuando fallece el viejo Jolyon, sentí que una parte de mí se iba con él, la saga renqueaba sin unos de sus principales puntales.

La Saga es escenario de divorcios, decepciones y fracasos. A la sociedad inglesa le cuesta sumir los cambios tras el largo reinado de la reina Victoria y Soames representa muy bien a este sector de la sociedad. Por el contrario, la familia de Jolyon representa el modernismo, la defensa de la igualdad social, la ruptura con el pasado: es la visión de Galsworthy. La obra describe tanto caracteres como calles, casas, clubes, habitaciones, estilo de vida y costumbres. Es una fuente histórica sobre la sociedad inglesa hasta 1933, tal y como han intentado plasmar en las series británicas posteriores como «Downton Abbey», pero sin la técnica ni el conocimiento de un coetáneo como Galsworthy al que, en 1932, se le concedió el Premio Nobel de Literatura por esta obra en concreto: «por su eminente arte narrativo, que alcanza su más acabada expresión en la Saga de los Forsyte» según reza el diploma.

La Saga de los Forsyte fue llevada al cine en 1949: Walter Pidgeon representó a Jolyon, Errol Flyn a Soames, Greer Garson a Irene, Janet Leight a June y Robert Young a Philip Bosinney. Posteriormente, en 1967, la BBC produjo una serie de veintiséis capítulos para la televisión.

 

 

4.  D. E. STEVENSON

El autor y su obra están íntimamente ligados, aunque ésta no se trate de una autobiografía, siempre deja traslucir algo de sus pensamientos o su vida. Éste es el caso de Dorothy Emily Stevenson.

Nació el 18 de noviembre de 1892 en Edimburgo, en el seno de una familia acomodada y muy conocida. Su padre, David Alan Stevenson, era nieto de Robert Stevenson, ingeniero civil que construyó faros por toda la costa escocesa, puentes y carretera, cuyos tres hijos, Alan, Thomas y David se dedicaron a la ingeniería civil con el mismo éxito. David Alan, hijo de David y padre de nuestra autora, continuó con el legado familiar y estudió ingeniería civil, mientras que su primo Robert Louis Stevenson, hijo de Thomas, se dedicó a la escritura y logró reconocimiento mundial por su cuenta.

Dorothy Emily fue educada en casa con una institutriz. Comenzó a escribir a los ocho años en secreto, pues sus padres no aprobaban su afición a la literatura. Cuando quiso matricularse en la universidad, su padre lo impidió. No deja de llamar la atención que una familia de la alta burguesía rechace el acceso a la educación de la mujer a principios del siglo XX. Para Dorothy Emily el matrimonio debió de resultar liberador. Se casó en 1916 con el capitán James Reid Peploe y llegó a escribir más de cuarenta novelas.

Las cuatro Gracias es una ellas y que ha llegado a mí por la editorial Alba. Se trata de una novela costumbrista que refleja de forma amable los problemas de una pequeña comunidad inglesa durante la segunda guerra mundial. La narración está liderada por las cuatro hermanas, hijas del vicario Grace: la mayor, Addie, trabaja en Londres, alistada en la W.A.A.F. (Women´s Auxiliary Air Force); la segunda, Liz, trabaja en una granja, supliendo la mano de obra que se encuentra en el frente; las dos más pequeñas, Sal y Tilly, ayudan al vicario con las tareas de la vicaría y de la casa.

Curioso. En el artículo de Elizabeth Gaskell ya dejé caer la reflexión de que tanto ella como Austen y las Bronte eran hijas de vicario con acceso a la educación. Era la espina clavada en el corazón de D.E. Stevenson, a pesar de que hubiera nacido después que aquellas mujeres, en una sociedad más tolerante, para ella se convirtió en la manzana del Edén.

Nuestras protagonistas, las hermanas Grace, han sido educadas con libertad: mujeres activas, fuertes, con una apariencia de fragilidad, muy arraigadas a la familia y al pueblo. Los valores morales y sociales son sólidos a lo largo de la lectura. Precisamente, la trama se desarrolla en torno a la aparente ruptura del núcleo familiar cuando interviene el amor. Una de las protagonistas contrae matrimonio con un capitán del ejército que tiene que incorporarse a filas en Birmania. ¡Qué coincidencia! D. E. Stevenson contrae matrimonio en las mismas circunstancias en la guerra anterior. Es quizá el momento más dramático de la novela, el que nos devuelve a la realidad de lo que está sucediendo más allá de los límites rurales.

Otro rasgo que se desliza en el relato y que refleja la contrariedad de la autora ante la imposición paternal es el personaje de escritora de novelas ligeras, femeninas. Una de las vecinas esconde un pasado como escritora de novelas de gran venta, Janetta Walters, de las que se sirvió para salir de la indigencia pero que, en el presente, se avergüenza de ellas y reconoce la falta de calidad de las mismas. ¿Le pesaba la educación recibida? ¿Las prohibiciones? ¿O se trataba de una crítica por lo que ella había padecido? ¿No resulta un tanto contradictorio? ¿Acaso D.E. Stevenson no estaba haciendo lo mismo?

La mayor parte de sus novelas son costumbristas y fueron publicadas y bien acogidas por el público en unos años en que Inglaterra estaba sumida en la guerra. Eran novelas para olvidar la pérdida de seres queridos o los bombardeos. Sus descripciones no se limitan a los cotilleos y amoríos de los vecinos del pueblo, también nos muestra el costo de los alimentos y las cartillas de racionamiento, el campamento de formación de soldados cercano, la incorporación al trabajo de las dos hijas mayores y ese deseo de que la vida continúe como si nada trágico estuviera sucediendo.

Para finalizar, destacar la labor de la editorial Alba que, desde 1993, se dedica a recuperar la literatura clásica. Se ha volcado en Artes Escénicas y textos de formación cinematográfica y literaria, guías de escritor destinadas a aficionados y profesionales. En el 2010 le concedieron el Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial. La novedad radica en la colección Rara Avis (clásicos raros de los siglos XIX y XX) a la cual pertenecen las novelas de la autora que comento: D.E. Stevenson.

Y con ésta, ya son dos las editoriales que se dedican a rescatar obras del pasado, aunque a la editorial dÉpoca, le concedo un distintivo de calidad de traducción y literaria mucho más elaborado.

 

 

5.  NEVIL SHUTE

La novela y la película «On the beach» en español se tituló «La hora final», seguramente más dramática y más acertada que la inglesa. Cuando el mundo estaba sobrecogido por las consecuencias de las bombas atómicas, Nevil Shute escribió esta angustiosa novela en la que el mundo ha muerto a causa de una ola de radiación de la que sólo se ha salvado Australia y un submarino norteamericano. La trama se centra en la vida de los escasos habitantes que saben que su fin se acerca y que lo único que les queda es elegir cómo morir. La película fue protagonizada por Gregory Peck, Ava Gardner y Fred Astaire. Menciono esta novela porque se sale de todo lo que escribió Nevil Shute y porque le costó publicarla. El rodaje de la película, dirigida por Stanley Kramer, también encontró la oposición de los gobiernos por su contenido alarmista cuando comenzaba la carrera nuclear.

Nevil Shute Norway nació en Londres en 1899, estudió ingeniería aeronáutica en Oxford, participó en la Primera Guerra Mundial y comenzó a trabajar para una compañía que fabricaba dirigibles. Llegó a formar su propia compañía de construcción de aviones, de ahí que muchos de los protagonistas de sus novelas sean pilotos. Cabe destacar el interés que despertó «Por encima de todo» en la que un ingeniero estudia la fatiga de los materiales tras largos periodos de vuelo, buscando la causa de que los aviones se desintegrasen en el aire. El papel de científico fue interpretado en el cine por James Stewart, que compartió cartel con Marlene Dietrich, y en español se tituló «Momentos de peligro».

A pesar de lo apasionante que pueda parecer hasta este momento la obra de Nevil Shute, no he llegado a la obra que realmente me interesa y sobre la que quiero hablar.

Durante la Segunda Guerra Mundial fue voluntario en la reserva y participó como corresponsal en Normandía el día D en 1944. En 1945 recorrió la India y Birmania como corresponsal para el ministerio de Información. Fue entonces cuando conoció la historia de la señora Geysel-Vonck que difundió en su novela más célebre y más cineasta: «A town like Alice», en español «Pasos de mujer» que, por una vez, considero la traducción más atinada que el título original, pues seguimos la vida de la joven Jean Paget en Malasia hasta su madurez en Australia, a través del testimonio de un abogado londinense que nos cuenta cómo la conoció y el asombroso relato de los pasos de la mujer por el mundo.

El atractivo de la novela nos lo ofrece el propio autor:

«No creo haberme inspirado antes de ahora en ningún incidente de la vida real para ninguna de mis novelas. Si lo he hecho en esta ocasión ha sido porque no he podido resistir la tentación de referir esta verdadera historia y porque quiero, con ello, rendir homenaje a una de las mujeres más intrépidas que he conocido».

Después de la conquista de Malaca en 1942, los japoneses invadieron Sumatra. En las proximidades de Padang cogieron un grupo de ochenta mujeres y niños holandeses. El comandante japonés local no quiso asumir la custodia y las expulsó de la zona de su mando. Así fue como empezó un éxodo alrededor de Sumatra que duró dos años y medio. Al final de este viaje no sobrevivieron más que unos treinta del grupo. Dos de ellos fueron la señora Geysel-Vonck y su hijo, de seis meses al inicio de la marcha y con tres años al concluir ésta.

En la novela la marcha tiene lugar en la península malaya y la protagonista es inglesa y soltera. Durante la marcha conoce a unos australianos, prisioneros de los japoneses, que les ayudan robando comida para ellas y los niños. Cuando termina la guerra, Jean Paget decide viajar a Australia para saldar la deuda con el hombre que le ayudó en tan difícil circunstancia.

Como señalé antes, fue llevada al cine y a la televisión en formato de serie por capítulos, la más reciente protagonizada por un jovencísimo Bryan Brown.

Sobre el autor sólo me queda decir que solicitó la nacionalidad australiana y que se fue a residir a Melbourne, donde falleció en 1960. La mayor parte de sus novelas transcurren en suelo australiano, un país que le atrajo y lo acogió como propio. Otros títulos de sus novelas en español son: «Aquel país lejano», «Feliz aventura», «Más allá de la colina», «Muy reservado» y «El arco iris y la rosa» que transcurre en Tasmania.

En la página www.nevilshute.org encontramos la Norway Foundation que se encarga de difundir el legado tanto del autor de novelas como del ingeniero aeronáutico.

6.  ALEJANDRO DUMAS

A lo largo de la historia de la literatura siempre ha existido la controversia sobre la calidad de un autor o de otro. Unos han encontrado el camino del éxito; mientras que otros se han perdido en la noche de los tiempos, más o menos justificadamente. ¿La razón, aparte de la suerte? Los gustos de los editores y de los lectores no siempre coinciden; la calidad literaria no corre pareja a la fertilidad imaginativa; los intereses editoriales difieren de las necesidades del lector. Pero, al final de todo, es el lector quien hace posible el milagro.

Uno de estos autores prolíficos y denostados por los eruditos fue Alejandro Dumas. Se le acusó de falto de estilo y falseador de la historia entre otras cosas. No obstante, el público encontró en sus narraciones amenidad, fantasía, personajes imperfectos que aman, odian, buscan venganza y matan, personajes en los que prima la acción, que no aburren y arrastran hasta al final de la novela. Dumas no escribió para intelectuales; sino para el gran público que sólo deseaba pasarlo bien, distraerse de sus obligaciones.

Alejandro Dumas nació el 24 de julio de 1802 en Villers-Cotterets, hijo único del general Alexandre Davy de la Pailleterie y nieto del marqués de Davy, quien se había casado con una negra llamada Tiennett Dumas. De su abuela heredó la sangre que le dio corpulencia y fuerza, además de un cabello crespo, ojos saltones, nariz achatada, labios gruesos y el color café claro de la piel. A pesar de su ascendencia y nacionalidad francesa, fue muy perseguido a causa de su raza por lo que desarrolló una personalidad muy fuerte que le indujo a ignorar las hipócritas conveniencias sociales.

Perdió a su padre a los cuatro años, pero el general le dejó una sucesión de hazañas como recuerdo. La fuerza corporal lo empujó a los deportes en el campo: tiro, caza, equitación. Desde muy joven conjugó las hazañas de su padre y el ejercicio con la escritura.

Su fértil imaginación dejó un centenar de obras, que se vendieron a pesar de sus detractores, hasta el punto de ofrecerse en formato de folletín por entregas en los periódicos y así aumentar la tirada. Su obra se ha mantenido viva hasta nuestros días y algunos de sus títulos han anegado las pantallas de cine y televisión con diferentes versiones y actores, como «El conde de Montecristo», «La máscara de Hierro» y «Los tres mosqueteros», convirtiéndose en clásicos de aventuras.

Falleció completamente arruinado, a causa de la vida disipada que llevó, el 5 de diciembre de 1870 en Puy, en la casa de su hijo, también escritor y con el mismo nombre, Alejandro Dumas.

Como he comentado anteriormente, a Dumas no le interesaba plasmar un relato puntualmente histórico, sino que cogía datos de un sitio y de otro y los mezclaba según le viniera bien para el desarrollo de su novela. Para él, era más importante mantener la tensión del lector que ocuparse de la realidad histórica. Un ejemplo de ello es su novela más conocida: «Los tres mosqueteros».

La base de la trama se la dio un hecho histórico: la llegada del Duque de Buckingham a París en 1625 para recoger a Henriette de Francia, hermana pequeña de Luis XIII, que había contraído matrimonio por poderes en la catedral de Notre-Dame con Carlos I de Inglaterra. Durante unos días se celebraron los esponsales y el imprudente duque intentó seducir a la reina, Ana de Austria, acto que produjo un problema diplomático entre las dos naciones, además de los ríos de tinta sobre la pasión, no correspondida por la reina, de un hombre tan apuesto. Dumas tenía a su protagonista malo en la persona del Cardenal Richelieu, pero le faltaba el héroe y lo encontró en la figura de Charles de Batz, conde D´Artagnan, que en 1625 tendría unos diez años. ¿Por qué se fijó en este conde de otra época? Por la historia romántica y oscura que arrastraba.

Un duelo, que estaban prohibidos por el rey, impide Charle de Batz ingresar en el cuerpo de mosqueteros y entró en «La Compañía de las Guardias Francesas» como cadete con veintipocos años. Participó en numerosos asedios y batallas entre 1640 y 1644 cuando, como recompensa al valor demostrado, se viste el traje de mosquetero.

Ana de Austria era la regente de Francia y el cardenal Mazarino era su mano derecha. La enemistad entre Mazarino y Tréville llevó a que la reina disolviera la Compañía de Mosqueteros en 1646. Sin embargo, Mazarino se había fijado en D´Artagnan, hombre tan ambicioso como iletrado (apenas sabía leer y escribir), que se relacionaba con gente de influencia y había mostrado su valentía y fidelidad. Lo asignó a su servicio personal para llevar a cabo misiones secretas. A partir de entonces su ascenso fue rápido.

En 1661, fallece Mazarino y D´Artagnan entra a servir a Luis XIV. Se dedicó a servir al rey en las oscuras tramas de los pasillos palaciegos con la finalidad de debilitar a la nobleza. Condujo al ministro de Finanzas a la fortaleza de Pignerol, en los Alpes, por orden del rey, y más adelante llevó también al duque de Lauzun porque se había introducido en las habitaciones reales.

En 1672 se declaró la guerra a Holanda y consiguió el cargo de Mariscal de Campo y participó en el asalto de Maastricht en 1673, uno de los más duros. Durante el amanecer del 25 de junio, cincuenta y tres mosqueteros fueron heridos y treinta y siete cayeron muertos junto a su capitán, el conde D´Artagnan. El cadáver no fue hallado nunca.

La novela ya estaba en marcha, se convirtió en una trilogía: «Los tres mosqueteros»; «Veinte años después» y «El vizconde Bragelonne». Que ustedes la disfruten como la disfruté yo, batiéndose contra los hombres del Cardenal y olvidándose del estilo, de la rigurosidad histórica, de la realidad.

 

7.  JAMES O. CURWOOD

Acabo de leer Bajo el sol de medianoche de Marisa Grey. La autora recupera la historia de los buscadores de oro por tierras canadienses: Dawson City y la cuenca del Klondike. Es una novela para nostálgicos de las grandes epopeyas de James A. Michener (Alaska, Centennial, Hawai…). Relata las frustraciones y los aciertos de los aventureros que se desplazaron en pos de una quimera, y describe la realidad de una ciudad que surgió de la nada y de unas condiciones climáticas que les costó la vida a muchos de ellos. Vamos, entretenimiento para rato. Y como siempre, como buena nostálgica que soy, me recordó las novelas de mi juventud, las que devoraba implacablemente, tendida sobre mi cama y con la puerta cerrada para aislarme de la vida casera y perderme en las páginas de mi querido James Oliver Curwood.

Las nuevas generaciones sólo recuerdan a Jack London, unos perviven y otros se pierden en el olvido.

James Oliver Curwood nació en Owosso, una aldea de Michigan, el 12 de junio de 1878. Desde los seis años llevó una vida al aire libre en la hacienda que su padre adquirió a orillas del lago Erie, rodeada de espesos bosques y pantanos. Siendo un adolescente, se convirtió en un cazador tan hábil que consiguió el dinero para estudiar con el producto de la caza. Con veinte años empezó los estudios de periodismo en la universidad de Michigan, que no concluyó, ya que fue contratado por el Detroit News Tribune del que llegó a ser redactor jefe. En sus vacaciones, pasó largas temporadas en la bahía de Hudson, recorrió los ríos Mackenzie y el Atabasca a golpe de remo con las brigadas de transporte y comenzó a escribir relatos sobre la región, hasta que sus escritos alcanzaron gran popularidad y llamaron la atención del gobierno canadiense, que lo contrató para que explorara las provincias del noroeste y escribiera sobre ellas para atraer nuevos colonos y repoblar la zona. Se convirtió en el único estadounidense contratado por el gobierno canadiense como explorador y escritor.

«El vapor y el ferrocarril iban acercándose del lejano sur, y pronto el mundo se daría cuenta de que en el Circulo ártico sería próspero el cultivo del trigo, de que ciertos vegetales alanzaban allí extraordinario desarrollo, de que las flores cubrían el suelo y las bayas lo adornaban de negro y rojo. Carrigan había temido los días —que él llamaba del gran descubrimiento— en que una muchedumbre civilizada se percatara de cómo la flora respondía a la influencia de veinte horas diarias de sol, a pesar de que, ahondando con el pico y la pala cuatro pies debajo de la superficie, se encontrase la tierra perpetuamente helada.»

El bosque en llamas, ed. Juventud.

Así que en 1908 dimitió de su puesto en el periódico y comenzó su vida como aventurero. Durante los dieciocho años siguientes, seis meses al año, se alojaba en una cabaña construida con sus propias manos y se alimentaba de lo que pescaba y cazaba. Llegó a amar el estilo de vida salvaje y admiró a los hombres que vivían perdidos en el silencio del gran desierto blanco, despreciando y venciendo el peligro, desposeídos de las ventajas y los daños de la civilización:

«—¿No tienen ustedes cuervos?

—Algunos; pero son tan inhábiles en el vuelo como en practicar la moral. En realidad son basureros y suelen situarse junto a la línea férrea, es decir, cerca de la civilización, en donde, como usted ya sabe, abunda la basura.

Por segunda vez aquella noche, David se echó a reír.

—¿En tal caso debo suponer que a usted no le gusta la civilización?

—Mi corazón pertenece a las tierras del Norte —replicó el padre Rolando.»

El Retrato, ed. Juventud.

En sus escritos presentó una visión optimista e idealizada, pues a nadie se le escapa las dificultades de soportar los rigores del invierno con treinta y cuarenta grados bajo cero con escasas horas de luz. Representó para Canadá lo que Zane Grey para la vida del oeste en Estados Unidos. Ambos elogiaron y enaltecieron a los arriesgados colonos y defendieron la vida al aire libre. El regreso del hombre a su entorno natural lo redimía y lo convertía en el paradigma de la nobleza, lealtad, bravura y grandeza de alma, al igual que a las mujeres que los acompañaban en tales aventuras. La Real Policía Montada del Canadá sale muy bien parada en sus libros. Formada por hombres íntegros que perseguían a los malhechores por encima de cualquier dificultad, son ensalzados como héroes en el amplio sentido de la palabra.

Sus primeras novelas El coraje del capitán Plum y Los cazadores de lobos fueron superadas por Kazán, perro lobo y Centella, llevadas al cine.

Sin embargo, hoy día es más conocido como autor de El rey de los osos. Pasó de ser cazador a radicalizarse como conservador de la naturaleza. Jean-Jaques Annaud lo consagró en la película El oso. Hay quien ha querido ver en esta historia un retazo de autobiografía. Con las Montañas Rocosas canadienses por escenario, un astuto e implacable cazador persigue a un gigantesco oso, quien, en la dura lucha entablada, acaba dando una lección de nobleza a su perseguidor.

Pocos como él habían observado las costumbres de la innumerable fauna septentrional: astutos castores, hábiles zorros, tenaces búhos, crueles armiños, osos glotones… Curwood les confirió una inteligencia y una nobleza hasta el punto de que en algunas historias pasaron a ser los protagonistas: Kazán, Centella, Bari…

Sus novelas son el resultado de una combinación de aventura, novela romántica y misterio: El valle de los hombres silenciosos, El ángel de Peribonka, Corazones de hielo, El lazo de oro, El hombre de Alaska, Los buscadores de oro o La senda peligrosa, son algunos ejemplos de la treintena que llegó a escribir.

En Owosso, Michigan, construyó una réplica de un castillo normando que hoy día es un museo: Curwood Castle, que representa el romanticismo que mantuvo en su estilo de vida. Durante un viaje por Florida, le picó una tarántula y falleció el 13 de agosto de 1927, a los cuarenta y nueve años a causa del veneno y la fiebre.

8.  HERBERT GEORGE JENKINS

Cuando escribo una novela histórica uno de los pilares de mi documentación reside en la literatura. Por ejemplo, En el corazón del imperio mis protagonistas se mueven por la Sevilla de principios del siglo XVIII y, para familiarizarme con el entorno, acudí a la picaresca: Rinconete y Cortadillo y La garduña de Sevilla, novelas urbanas que recrean el habla de germanías y describen las calles y el bullicio sevillano. Si necesitara ambientar una novela en la Inglaterra del siglo XIX, recurriría a las lecturas de los autores coetáneos como Gaskell, Austen o Galsworthy.

Herbert George Jenkins nació en 1876 y falleció en 1923 a los cuarenta y siete años. Se dio a conocer con dos personajes opuestos: un detective, Malcolm Sage, y un divertido empleado de mudanzas, Joseph Bindle. Fundó su propia editorial y destacó por los métodos que empleó para llegar al público, como la publicación mensual y gratuita de una revista, Wireless, para difundir las novedades editoriales. Descubrió a P.G. Wodehouse y su personaje Jeeves, que conmocionó al público inglés.

Ante semejante biografía, llama la atención que escribiera, con éxito, una novela romántica costumbrista clásica; sí, han leído bien: tres adjetivos juntos que definen Patricia Brent, solterona (1918). Romántica, por la línea argumental de chica conoce a chico en una situación inusual, la diferencia social convierte en imposible una relación entre ambos y acaba felizmente; costumbrista, porque cuenta con un elenco de variopintos personajes que viven en la pensión Galvin House y que actúan como comparsas en las situaciones humorísticas; además, con escasas pinceladas, disecciona a la sociedad londinense y con un lenguaje, donde impera la mitología y la metáfora como forma inteligente y refinada de conversación, nos transporta a otra época. Y con el término de clásica he querido definir una trama, que si en su momento resultó fresca y transgresora, hoy día es previsible.

La importancia de Patricia Brent, solterona se asienta en el humor inglés, en la descripción de la clase media y alta inglesa y en la cuidada edición de la editorial de dÉpoca. Aparte de consideraciones como la encuadernación y la traducción, las notas de pie de página constituyen un inestimable tesoro. Encontramos perlas como ésta para cualquier autora en busca de información: «Park Lane es una vía principal en el centro de Londres. Originalmente fue una vía rural que se convirtió en una dirección de moda para las residencias a partir del siglo XVIII, con multitud de grandes mansiones como Grosvenor House, del duque de Westminster, y Dorchester House, perteneciente a la familia Holford. Hoy día queda poco de aquel esplendor rural, pues es una de las calles más transitadas y ruidosas de la ciudad.»

Notas y observaciones que elevan la publicación a la condición de inapreciable. La ilustración de la cubierta es de La vie Parisienne mientras que las interiores, que conservan acertadamente el estilo, pertenecen a Iván Cuervo. La acompañan un tarjetón y un marcapáginas.

9.  AYN RAND

Una novela que siempre llevo en el recuerdo es «El Manantial» de Ayn Rand. Howard Roark es un personaje que te cala hasta el hueso por su fuerte personalidad, sus convicciones y su incorruptibilidad en un mundo como el de hoy en el que es habitual destapar políticos corruptos como si fueran bandas de mafiosos. Cuando  pienso en Howard Roark, personaje imaginario, me viene a la mente Gandhi, personaje real que se enfrentó al mundo con la única fuerza de sus convicciones.

Creó un arquetipo de héroe: Howard Roark, arquitecto independiente que se enfrenta a la masa mediocre que lo rodea: Peter Keating, otro arquitecto carente de personalidad, Gail Wynand, magnate de la prensa y celoso de su dominio que no cejará en su labor destructiva del hombre y Dominique, la mujer que asistirá impasible al duelo de titanes: Roark y Wynand. Esta desigual lucha atrapa al lector y asiste, con una sonrisa satisfecha, al triunfo de David sobre Goliat.

La novela es interesante por tres circunstancias. Por un lado, destila toda la ideología objetivista que fundó y defendió la autora: el individualismo egoísta y el capitalismo feroz. Debo recordar que Ayn Rand fue acusada de sectarismo en varias ocasiones. En realidad, como filosofía del superhombre resulta utópica y buena para una novela de ficción ya que resulta atrayente; pero insostenible en la realidad.

Por otro, refleja, a través del protagonista, cómo se impone la arquitectura funcional, la que evita el empleo de materiales con finalidad decorativa y propone nuevos materiales, el acero y el cristal, así como una nueva forma de afrontar los espacios interiores, propugnada por el arquitecto norteamericano F. Lloyd Wright, en la que cada edificio debe construirse de acuerdo con las necesidades del ocupante y de su personalidad.

En algún comentario sobre la novela que he leído por ahí, han querido ver en el protagonista Roark, una biografía de Wright. No me lo pareció, simplemente la autora hizo eco de las nuevas tendencias estilísticas, que le vinieron muy bien para marcar la fuerte personalidad del protagonista.

Por último, es un ataque en toda regla al cuarto poder de aquella época: la prensa, representada por Wynand. La prensa influye y mueve a la masa lectora hacia donde crea conveniente, sea o no sea ético.

Es una novela muy recomendable para los jóvenes que se estrenan en el voto porque conduce a la reflexión de una sociedad dirigida, destaca la fuerza de la personalidad y contrasta los valores positivos y negativos en posturas radicalizadas.

Fue llevada al cine por King Vidor, quien eligió un reparto de lujo para una historia tan personal: Gary Cooper en el papel de hombre con convicciones inquebrantables; Raymond Massey como poder de la prensa y demonio tentador; y Patricia Neal, la mujer inteligente que asiste al duelo de sus dos amantes.

Ayn Rand es el pseudónimo de Alisa Zinóviena Rosenbaum, nacida en San Petersburgo en 1905, nacionalizada estadounidense en 1931 y fallecida en Nueva York en 1982.

Ayn Rand vivió en Rusia los terribles días de la revolución bolchevique que reflejó en su obra «Los que vivimos». En todo momento denuncia la política revolucionaria rusa que destruía las diferenciaciones que hacen posible el progreso y la felicidad humana, que imponía el uniformismo y suprimía el libre albedrío, anulando el «yo» y retornando a la ignorancia y a las dificultades más elementales para subsistir.

A finales de 1925 consiguió un visado para dejar el país, llegó a Estados Unidos con veintiún años y se instaló en Hollywood, donde aceptó cualquier tipo de trabajo. Conoció a Cecil B. De Mille, quien le ofreció trabajo como extra en el mundo del cine. Así conoció a su marido, el actor Frank O´Connor.

 

 

10.  ANNE Y SERGE GOLON

En muchas ocasiones, leemos novelas que pensamos que es algo nuevo u original y, sin embargo, puede llegar a ser algo muy antiguo. ¿De cuándo data la novela? ¿Y la de aventuras?

La novela se recupera como género durante el renacimiento, bien realista, como la picaresca; o bien de ficción como la de caballerías, pastoril, morisca o bizantina.

Y es ésta última, la novela bizantina, aparentemente desconocida, la que me conduce al nuevo artículo. En el renacimiento se recupera un texto, del siglo III d. C. firmado por el griego Heliodoro de Émesa, en el que se narran los amores de Teágenes y una princesa etíope. Los enamorados se ven obligados a iniciar un viaje repleto de peligros antes de conseguir reunirse. Tanto Heliodoro como Aquiles Tacio se convierten en paradigma para los escritores renacentistas y dejan sentados los tres puntos esenciales que caracterizan estas novelas:

Una intriga complicada, llena de sorpresas y enredos; un itinerario geográfico (peregrinatio); y el sentido trágico de la vida, pues tienen que luchar contra un destino inexorable del que salen vencedores y llegar a un final feliz.

Las novelas bizantinas o libros de aventuras peregrinas triunfan en España durante los siglos XVI y XVII y dos grandes autores de nuestras letras no se resisten a probar suerte con el género: Lope de Vega con El peregrino en su patria y Miguel de Cervantes con Los trabajos de Persiles y Segismunda, su última obra antes de fallecer.

Cervantes cala mucho mejor la esencia de la novela bizantina. Describe los sufrimientos de dos enamorados —Persiles, heredero del reino de Tule, y Segismunda, hija de un rey— a quienes afligen todo tipo de desgracias: persecuciones, naufragios, cautividad y otros peligros sin cuento, hasta que consiguen casarse. A causa de la Contrarreforma, se introducen valores estéticos y morales de la época: frente al amor desordenado griego, se consolida el casto cristiano, es decir, se reencuentran tras haberse mantenido fieles al amor, el cual, incluso, ha sido fortalecido por los contratiempos.

¿Os suena? A mí, mucho. Dicen que un clavo saca a otro clavo. Pues bien, la serie americana de Forastera rescata del olvido la serie gala de Angélica.

Allá por los años setenta y ochenta, el Círculo de Lectores, una gran empresa de venta a domicilio —precursora de la venta on line—, ofreció la serie de Angélica, traducida del francés. Sigue las peripecias de una mujer fuerte, decidida, inteligente, que se casa por necesidad y su marido, Joffrey de Peyrac, la instruye en el amor cortés de la Aquitania medieval. Cae irremediablemente rendida a los pies de su esposo, cuando éste es acusado de brujería por sus enemigos y condenado a la hoguera. A partir de aquí, acompañamos a la incombustible Angélica por el París de Luis XIV, desde la Corte de los Milagros, ubicada en el París subterráneo habitado por ladrones y mendigos, hasta Versalles, donde rechaza al mismísimo rey Sol como amante, fiel a la memoria de su marido. Perseguida por el rey, quien no acepta su rechazo, se embarca hacia Chipre en busca de su amor, pues sospecha que no ha muerto como les ha hecho creer a todos. No os voy a narrar los trece libros que componen la serie, pero viaja por el norte de África, regresa a Francia, parte de La Rochelle en un barco lleno de hugonotes hacia el Nuevo Mundo y suma y sigue hasta que se reúne con su esposo con quien continúa la peregrinación por el mundo hasta que consigan el perdón real y limpiar su nombre para regresar a Francia. La modernidad que aporta, en esta ocasión la novela bizantina, es la lujuria. La mujer ya no es casta como en el renacimiento; de hecho, Angélica mantiene varios romances y da a luz varios hijos, frutos de esos amoríos, aunque prevalece la memoria de su esposo y todo se borra cuando se reencuentra con él.

Simone Changeuse (Anne Golon) nació en Tolón en 1921. Escribe desde muy joven y a los veinticinco años ganó el premio Larigaudie con una novela juvenil La patrulla de los Santos Inocentes. Fue enviada a África como periodista y allí conoció a Serge Golonbikoff, con quien contrajo matrimonio.

Serge Golonbikoff (Serge Golon) nació en Bukhara en 1903. Cuando estalla la revolución rusa, dejó sus estudios en San Petersburgo y se refugió en Nancy, donde los completó. Viajó como prospector de minas por Asia y por África, donde conoció a la mujer con la que compartiría su vida.

Publicaron, bajo el nombre de Anna y Serge Golon, Angélica, marquesa de los Ángeles, 1956, y resultó un éxito. Así arrancó una serie que traspasaría las fronteras galas, se tradujo a varios idiomas y se llevó al cine. Anne era la autora de la narración bizantina y Serge realizaba la investigación histórica para el ambiente y la época en el que se mueven los protagonistas.

En 1972, Anne y Sergei se trasladaron a Canadá para continuar con la investigación histórica y de escenarios, pues los protagonistas, Angélica y Jeffrey, se desplazan al Nuevo Mundo y a Quebec. Ese mismo año, Serge falleció y la dejó con cuatro hijos. Anne escribió cuatro libros más de la serie en solitario.

A pesar del éxito, Anne Golon se encontró en bancarrota porque la editorial Hachette no le pagó los derechos de autor. Tras una batalla legal que duró una década, llegó a un acuerdo por el que quedaba como única propietaria de las novelas.

¿Algún ejemplo más? Por supuesto, ya he citado a Diana Gabaldon y la serie Forastera, que sigue la hégira escocesa desde la batalla de Culloden y la diáspora por el Nuevo Mundo. La novedad o la modernidad que aporta: los viajes en el tiempo, pero la esencia sigue las mismas pautas de Heliodoro de Émesa y Aquiles Tacio.

 

 

11.  LOUIS  BROMFIELD

Durante mi etapa devoradora de novelas, una tarde de lluvia busqué en la amplia biblioteca familiar alguna lectura con la que entretener tantas horas. Gracias a esta biblioteca, he sido una lectora caprichosa, muy de lectura según el estado de ánimo, pues frente a mí se hallaban los grandes maestros de la novela policiaca, de romántica, clásicos nacionales y extranjeros, poesía, históricas y biográficas… Ante tal abanico de posibilidades, husmeaba como un hurón hasta dar con la novela que me apeteciera en ese momento: «Vinieron las lluvias» de Louis Bromfield. ¡Qué título tan a propósito para semejante tarde! Ya había leído «Kim» de Rudyard Kipling y el tema de la India me resultó atrayente: lo comencé después de comer y lo terminé a medianoche, sin descansar para cenar. Sí, señores, de un tirón las ochocientas páginas. Con eso está dicho todo.

Entre las faenas del campo y la literatura Bromfield realizaba algún viaje en busca de nuevas y mejoradas semillas o de tierras favorables para cultivar maíz y uno de ellos lo llevó a la India que lo impactó de tal forma que le inspiró «Vinieron la lluvias», una de sus más significativas obras, en la que, en la ciudad de Ranchipur, confluyen un amplio crisol de personajes y caracteres. El que más me atrajo fue Ransom, el indolente y borracho inglés, aunque debo reconocer que Bromfield es un maestro diseccionando personalidades complejas. Al igual que en la vida real, nadie es perfecto, pero tampoco totalmente malo. Antes de la llegada de las lluvias nos ofrece los vicios, las inseguridades y las mezquindades del variopinto elenco que forma la élite de la ciudad, tanto indígena como extranjera. Tras la catástrofe del monzón, estas personas cambian y forman parte un mundo más humano. Bromfield nos presenta la redención de estos personajes, donde nos sorprende con el conocimiento de una sociedad compleja, como es la hindú, y de un retrato de la India colonial.

Fue llevada al cine, con bastante éxito, un óscar y seis nominaciones, por Clarence Brown en 1939, en el que George Brent interpreta al inglés Ransom, Tyrone Power, al médico hindú, y Myrna Loy, a la hastiada e infeliz lady Heston.

Sin embargo, la novela que dejó huella en mi recuerdo por la fuerza, el realismo y el pragmatismo del personaje fue «Mrs. Parkington», seguramente porque se trata de una mujer y nos gusta descubrir a mujeres fuertes e independientes. Bromfield vuelca en una mujer de ochenta años, todo lo que significa ser norteamericano: de la pobreza y sin estudios se puede levantar un imperio. En un magistral dominio de la narración en flash-back, nos lleva del presente al pasado constantemente. Mrs. Parkington le narra a su nieta su vida, cómo conoció al Sr. Parkington, personaje de pocos escrúpulos y gran vividor al que amó con locura, y cómo levantaron un imperio y amasaron una fortuna sin olvidarse de vivir rodeados de un lujo hortera, muy americano.

Me recordó otra novela que transcurre en Nueva York: «La edad de la inocencia» de Edith Warthon, por el vivo contraste que me ofrecía con la alta burguesía culta, educada y cerrada de Nueva York. Otro enfoque de la misma ciudad, en la misma época que transcurre el «flash-back» de la señora Parkington.

Frente a la vida plena de Mrs. Parkington, Bromfield nos ofrece una descendencia viciosa, incapaz de resolver sus propios problemas, de reconducir su vida. Los hijos desaprovechan lo que la vida les ofrece y Mrs. Parkington, con su ejemplo, intenta rescatar a su nieta de la mediocridad de sus padres. En 1944 se estrenó la película, que fue interpretada por Greer Garson y Walter Pidgeon. Particularmente, me decepcionó, no estaba a la altura de la novela.

Nació en Mansfield, Ohio, en 1896 y falleció a los cincuenta y nueve años en Lucas, Ohio, en 1956. Estudió agricultura y periodismo. Durante la primera guerra mundial se unió voluntario al Cuerpo de Ambulancias estadounidense en Francia y, al finalizar ésta, recibió la condecoración de La Legión de Honor francesa.

La guerra lo ató a Francia de tal forma que se quedó a vivir unos años. Se instaló en una granja cerca de Senlis, donde se dedicó al campo y a escribir. Regresó a Estados Unidos y se estableció en Nueva York como corresponsal.

A pesar del reconocimiento del que disfrutó Bromfield por su labor literaria, pues recibió el Premio Pulitzer de Novela, lo dejó todo por la agricultura, su verdadera pasión. Escribió ensayos y artículos sobre sus teorías para mejorar el rendimiento en el campo y puso en práctica esos principios en «Malabar Farm» cerca de Lucas, Ohio, donde residió hasta su muerte.

Poco antes de fallecer visitó España, al frente de una comisión de agricultores norteamericanos. Durante las entrevistas mostró una total indiferencia por la literatura que le había dado la fama y declaró que sólo le interesaban los beneficios que obtenía que le permitían dedicarse a su pasión: la agricultura.

Actualmente, «Malabar Farm» es un Parque Estatal en el que siguen desarrollando la labor de Bromfield. Como anécdota añadiré que allí se reunieron escritores, actores y gente de las artes en las amplias tertulias que tuvieron lugar alrededor de Louis Bromfield mientras vivió, incluso los actores Lauren Bacall y Humphrey Bogart celebraron sus esponsales en la granja.

12.  ELIZABETH GASKELL

Elizabeth Cleghorn Gaskell es una de esas escritoras coetáneas a las tramas que ofrecen sus novelas a las que se debe recurrir si se quiere conocer la época de primera mano. Todo un referente igual que Jane Austen, aunque las distanciaban sus puntos de vista: Austen retrató una sociedad burguesa acomodada que sólo asomó a los problemas sociales serios en Mansfield Park; mientras que Gaskell los afrontó de frente, incluso levantó polémica.

La primera vez en 1853 con su novela Ruth, en la que denuncia la seducción y la vida de una madre soltera condenada al ostracismo y a la inevitable prostitución. Pocos elogiaron la solidez de las enseñanzas morales, algunos miembros de su congregación quemaron el libro y fue prohibido en muchas bibliotecas. En una segunda ocasión en 1857 con La vida de Charlotte Brontë, biografía que escribió sobre su amiga y que tuvo que retocar por las protestas de personas que aparecían y que amenazaron con denunciarla.

Elizabeth Gaskell nació en Chelsea en 1810 y dos años después falleció su madre. Su padre, William Stevenson, pastor unitario y periodista, se volvió a casar. Su infancia transcurrió Cheshire, un pueblecito llamado Knutsford, que quedaría inmortalizado en su novela Cranford. Allí conoció, a los veintidós años, al que sería su marido, William Gaskell, pastor de la Capilla Unitaria, que tenía ya una trayectoria literaria.

Se asentaron en Manchester y adquirieron una casa en el 84 de Plymouth Grove de veinte habitaciones en tres pisos en la zona burguesa. El matrimonio fue muy frecuentado por escritores y reformadores sociales, de ahí el caldo de cultivo en el que fermentó su pasión de escritora. Comenzó a modo de terapia cuando falleció uno de sus hijos y luego fue una forma de retratar la sociedad y la moral de la época victoriana.

La obra que mejor recoge su vida y sus convicciones es Norte y Sur. Nos ofrece dos períodos de su vida a través de la protagonista: Margaret Hale. Como la propia Gaskell, se crió en el sur, bajo una sociedad agraria con unas encorsetadas normas sociales y en la ignorancia de lo que sucedía en el norte industrializado. Así que Margaret Hale se traslada al norte, a Milton (figuradamente, Manchester), a una sociedad desconocida en la que dos clases sociales –trabajadores y patronos- coexisten en una soterrada lucha. Superado el cambio de paisaje y la aceptación de una ciudad sucia a causa de la polución, Margaret conoce la vida de los trabajadores por la familia Higgins, y el pensamiento de los patronos por el apuesto señor Thornton. Y aquí es cuando asistimos a la delicia de que la autora sea coetánea a los acontecimientos que describe. Lejos de inclinarse por una de las dos causas, en su necesidad de ser justa, expone las razones de ambos por boca de Higgins y de Thornton, perfectamente válidas, y Margaret lucha por conciliar a los trabajadores con los patronos, a que se escuchen y consigan propuestas ventajosas para ambas partes. La novela se convierte, al final, en una utopía de buena voluntad entre trabajadores y patronos. Sin embargo, resulta demoledora la visión que ofrece Gaskell de los sindicatos, tanto en Norte y Sur, en que el sindicato es la mano negra que envicia las relaciones entre los trabajadores y los patronos; como en su primera novela Mary Barton, en la que John Barton comete un asesinato a instancias de su sindicato.

Al igual que A.J. Cronin habla de los problemas pulmonares de los mineros, Gaskell nos detalla la enfermedad del polvo del algodón, la bisinosis, y la falta de interés por parte de los patronos para solucionar las enfermedades relacionadas con el trabajo que desempeñan.

Entre 1858 y 1859 colaboró en la revista literaria Household Words de Charles Dickens. Durante su vida, Elizabeth Gaskell se opuso a cualquier forma de biografía sobre su vida. Falleció en 1865.

Por último una pequeña reflexión: Jane Austen, las hermanas Brontë y Elizabeth Gaskell comparten padres con la misma dedicación: la religiosa. ¿Las hijas de los vicarios tenían acceso a una cultura que les estaba negada a otras mujeres?

 

 

 

 

13.  A. J. CRONIN

(c) Stephen Conroy; Supplied by The Public Catalogue Foundation

El otro día terminé de leer una novela con regusto decimonónico, «Hillock Park» de Jane Kelder. La acción se situaba durante la Revolución Industrial en plena Inglaterra victoriana. La narración cobija no sólo a los protagonistas sino también a los vecinos del pueblo. Es muy descriptiva, como se escribía antes, sin prisas. Pensarán que como ésa hay muchas, sin embargo me llamó la atención porque abordaba el tema de las mejoras laborales y sanitarias de los mineros. Y siempre que leo sobre este tema mi mente vuela al inigualable Archibald Joseph Cronin y a su inolvidable novela «La Ciudadela», de la que conservo una tercera edición de 1957, editada por José Janés.

Desconozco la portada porque está forrada con papel de estraza marrón, como todos los libros que mi madre adquirió en aquellos años en los que el río Turia todavía pasaba por el centro de Valencia y se desbordaba inundando los comercios cercanos a su ribera. Los libreros sacaban el género mojado a secar al sol de la calle y lo vendían muy rebajado. En varias estanterías se conservan las compras de mi madre, envueltas en ese papel marrón, con los títulos y los autores escritos en tinta verde y las páginas onduladas, recordando su paso por el agua.

  1. J. Cronin nació en Cardross on Clyde (Dunbartonshire, Escocia) en 1896. Consiguió una beca para cursar los estudios de medicina en la universidad de Glasgow. La primera Guerra Mundial le obligó a abandonarlos y a alistarse en la Royal Navy. En 1919 se graduó cum laude y se casó con una compañera de estudios.

Pero, lo que verdaderamente nos interesa de él, es su primer destino: Tregedar (Gales), región minera donde se dedicó a investigar las enfermedades pulmonares y respiratorias de los mineros, llegando a ser nombrado Inspector Médico Minero de Gran Bretaña.

Así arranca «La Ciudadela», que narra la trayectoria de un joven médico. Llega a Gales con muchas expectativas y escaso dinero, investiga la incidencia del polvo de la antracita en los pulmones de los mineros y seguimos sus peripecias como médico a lo largo de sus páginas. Es una novela en la que, aun no siendo biográfica, Cronin vuelca sus experiencias. Marcó un hito a causa de su censura a los estudios memorísticos y faltos de empirismo de la medicina y al sistema médico que entonces regía en Inglaterra.

 «Ahora apreciaba, más que nunca, cuánto significaba para él su trabajo clínico…Toda la información de ese erudito venía de un libro y ésta, a su vez, de otro libro, y así sucesivamente».

De la mano de su protagonista, Andrew Manson, asistimos a una crítica social y de la situación hospitalaria y médica del país. Andrew Mason es un médico idealista que, agotado por la lucha que mantiene en solitario contra el sistema, pronto es absorbido por el afán lucrativo para luego regresar a sus orígenes idealistas asqueado de los médicos mediocres. Toca el delicado tema de la medicina y de la responsabilidad que su ejercicio entraña para el médico consciente de su misión.

Cronin resulta un escritor incisivo y cálido a la vez. Cristina, la muchacha con la que decide casarse Andrew, es el Pepito Grillo de su conciencia, la balsa cuando naufraga su idealismo en medio de la realidad, el punto romántico de la historia. La narración posee una gran fuerza expresiva y realista que influyó en muchos jóvenes de la época para que abrazaran la medicina intentando emular a sus personajes.

Cronin contribuyó a establecer el servicio nacional de salud en Reino Unido. Residió en Estados Unidos, donde escribió la mayor parte de sus novelas, y en Suiza, donde falleció en 1981. Por destacar algunas, de entre las treinta obras que escribió, citaré: «Las aventuras de un maletín negro», «La ruta del doctor Shanon» y «Las llaves del reino». Esta última, al igual que «La Ciudadela», fue un éxito cinematográfico en la que el actor Gregory Peck interpreta a un joven sacerdote católico que viaja a China como misionero y se plantea su fe. Aquí también Cronin nos entrega un pedacito de sí mismo, pues fue educado en la fe católica.

 

14.  ANNA K. GREEN

Cuando se hacen reseñas o comentarios literarios se habla de títulos y autores, ¿pero qué pasa con las editoriales? Edhasa Editorial ha sido una de mis preferidas por la enorme cantidad y calidad de novelas históricas que publica. No obstante, acabo de descubrir otra: dÉpoca. Se trata de una editorial que rescata autores olvidados del siglo XIX para nostálgicos como nosotros.

Su colección «Misterios de Época» me resultó de lo más atrayente y adquirí «El misterio de Gramercy Park» de Anna K. Green, autora desconocida para mí hasta este momento. Desde mi sillón, como lectora y como escritora, supe apreciar la calidad de la impresión y la cuidada encuadernación. Cuando abrí el libro, me aguardaba otra sorpresa en atención a los sibaritas del papel: un marcapáginas y una postal de la portada del libro, a pesar de que la novela cuenta con una cinta de seda morada, a juego con la cabezada, remate del lomo de la encuadernación.

Anna K. Green nació en Nueva York en 1846. Quedó huérfana de madre a los tres años y ella y sus tres hermanos fueron criados por la hermana mayor, Sara, aunque bajo la supervisión del padre, el eminente abogado James Wilson Green. Obtuvo el título de graduada siendo una de las escasas mujeres que lo consiguieron en aquellos años. Intentó convertirse en escritora profesional y se centró en la poesía, que se consideraba más apropiado para una mujer; sin embargo, ante su fracaso, decidió intentarlo con la novela policiaca: «El caso Leavenworth», que tuvo que escribir a escondidas de su familia durante seis años.

Resultó un éxito. Y una década antes de que Arthur Conan Doyle escribiera Sherlock Holmes. Esta novela le otorgó notoriedad, ingresos económicos y fue la primera de treinta novelas policiacas por lo que se la denominó «la madre la novela de detectives».

Cuando ya se la consideraba una solterona, se casó por amor a los 36 años con Charles Rohlfs, siete años más joven que ella, actor y diseñador de muebles. A pesar de la diferencia de edad y de la desigualdad económica, fue un matrimonio feliz. Su vida fue contradictoria, aunque en sus asuntos personales resultó una mujer progresista, no estuvo de acuerdo con el movimiento feminista. Publicó hasta 1923 y falleció en 1935 a los ochenta y ocho años.

Con esta información y muy bien predispuesta, me sumergí entre las páginas de «El misterio de Gramercy Park». La novela engancha desde la primera página, pero no os voy a hablar de ella. Los que me conocéis sabéis que me pierden los detalles. Independientemente de la trama, me atrajo la forma de pensar y de moverse de la protagonista, la señorita Butterworth, una solterona que vive sola, pero que se jacta de su independencia. Es el antecedente de la señorita Marple de Agatha Christie. A través de ella tomamos conciencia de la importancia de un sombrero en aquella época. Era inconcebible que una mujer, de cualquier clase social, saliera a la calle sin un sombrero, como lo era igualmente que se aventurara a salir después de anochecer, aunque fuera para algo tan inofensivo como ir a la botica. Y eso que estamos en Nueva York, donde se supone que las mujeres tenían más libertad que las europeas. Para ampliar este conocimiento contamos con la inestimable ayuda de las notas a pie de página que nos ofrece la editorial. Un escritor encuentra un tesoro en los nombres de las tiendas, las calles, la confección de la ropa, detalles difíciles de conocer cuando escribes sobre una época que no es la tuya. De ahí que en «Literatura para nostálgicos» destaque a los autores que son coetáneos a sus relatos.

En cuanto a la trama, ¿qué queréis que os diga? Me pareció sublime. El detective Ebenezer Grycer y la señorita Butterworth llevan investigaciones paralelas y diferentes pero perfectamente razonadas, así que la tensión y la intriga están servidas. Anna K. Green no es una autora que saque conejos de la chistera a última hora. Sigue una línea de razonamiento perfectamente señalada que permite al lector introducirse en el juego y disfrutarlo. Además fue una innovadora de la investigación forense y denunció lo perjudicial que llegaba a ser apoyarse en pruebas circunstaciales.

 

 

Elena Bargues