Llevo unos días perdida en el mar. A bordo del navío de guerra el Montañés he navegado por los procelosos mares hasta Manila, he asistido a la batalla de Trafalgar, dejándome la vista con las hazañas del comandante don Francisco de Alsedo Bustamante, que perdió la vida como muchos otros héroes; he seguido a los hermanos Bustamante y Guerra en sus andanzas y me he codeado con todos los marinos de la época hasta conocerlos como si fueran de la familia. He orzado, he arribado, he mareado velas y he disparado cañones hasta que la pólvora no me ha dejado seguir adelante con la lectura. ¡Cómo he disfrutado!
Alfonso García Aranzábal, médico de oficio e historiador en el ocio, acaba de publicar «El Montañés y su tiempo: un navío cántabro al servicio de su majestad (1794-1810)». No es una novela, sino un ensayo. Se trata de un trabajo concienzudo, bien documentado sobre la vida de un navío que fue construido con dineros llegados de las colonias, de emigrantes montañeses asentados allende el mar. Ya su nacimiento y las premisas que lo acompañaron captan al lector por lo fuera de lo común.
A instancias de dos hermanos, José Joaquín y Francisco Bustamante y Guerra, se recaudaron a lo largo y ancho del imperio, los dineros de montañeses — orgullosos de su origen— para construir un navío, lo más moderno en aquella época, para que sirviera en la Real Armada con la condición de que siempre fuera comandado por un montañés. Y así fue.
La importancia de este trabajo reside en que recoge los pormenores del nacimiento de la idea, de la recaudación y de la construcción. Acompañamos al navío y a su tripulación desde su bautismo de fuego en la batalla del Rosellón, navegamos hasta Filipinas, somos protagonistas de la batalla de Trafalgar y lo lloramos cuando fue incendiado durante el asedio de los franceses a Cádiz en 1810.
Se trata de un paseo por la historia de España a través de las misiones que se le encomiendan al navío de guerra de setenta y cuatro cañones. Y al mismo tiempo nos ofrece la biografía de todos los oficiales montañeses que tuvieron el honor de servir en él. Pero ¡ojo! He aquí algo que lo diferencia de otros trabajos: también hay una relación de los marinos montañeses sin ser oficiales y de otros marinos coetáneos al barco, aunque no hubieran servido en él.
La recopilación es exhaustiva, ilustrada con fotos, planos y dibujos, incluidos los planos del Montañés facilitados por el Museo Naval de Madrid.
Un valor añadido son los cuidados apéndices: tipos de barcos, glosario de términos náuticos… Sobre esto, debo mencionar cómo está escrito.
A pesar de ser una obra realizada con la maestría de un experimentado historiador, el lenguaje, la exposición y el orden de los acontecimientos discurren de forma sencilla, perfectamente fechados y sin olvidar al lector que no domina el lenguaje naval. No se pierde en tecnicismos vanos para demostrar sus conocimientos, algo que es de agradecer, por lo que su lectura resulta fluida.
Para finalizar, un valor más a destacar: cartas y descripciones de la época, referencias al navío en la literatura, en novelas y relatos actuales, pinturas, reproducciones a escala. Vamos, una joya que no puede faltar en la biblioteca de un amante de la historia naval y, mucho menos, de un amante de la historia de la tierruca.