Elena Bargues

Definición y leyendas que transcurren en los escenarios de la novela.

A diferencia del cuento —de intención didáctica— y del mito —sobre dioses— y que tienen su origen en la imaginación de sus autores, la leyenda se desarrolla en torno a un personaje del que se tiene noticia y se sitúa en un momento histórico reconocible. Los hechos se transmiten de generación en generación de forma oral o escrita, por lo que van deformándose por malas interpretaciones o por razones estéticas: ampliando el relato con episodios imaginativos o con exageraciones para engrandecer la figura y, al final, resulta una narración que mezcla hechos naturales con sobrenaturales, como milagros, criaturas feéricas o de ultratumba.

En España, las leyendas se han enriquecido con la presencia de otras culturas, ya sean celtas, romanas, árabes, judías o visigodas, que han contribuido a la formación de nuestro romancero y de nuestro folclore. Con el Romanticismo decimonónico, la leyenda saltó del verso al teatro y a la prosa y triunfó de la mano de escritores como Bécquer, Zorrilla, duque de Rivas… Porque el atractivo de las leyendas reside en esa ambigüedad entre la realidad y la invención que se forja al amor de la lumbre en días lluviosos y en aldeas perdidas.

  1. Leyenda del azor y del caballo:

Fernán González cazaba en compañía del rey Ramiro de León cuando el monarca se encaprichó del azor y del caballo del conde y se los quiso comprar. Se acordó una cantidad y el rey, como era muy olvidadizo, se comprometió a doblar la cantidad por cada día que se retrasase en el pago. Y el rey se olvidó y al cabo de tres años el Fernán González le recordó la deuda, que se había convertido en una cantidad imposible de hacer efectiva, por lo que el conde pidió para saldarla la independencia de su condado a lo que el rey accedió.

  • Leyenda del Torreón de doña Urraca en Covarrubias:

Formó parte de una fortaleza del siglo X, levantada por Fernán González durante la repoblación del río Arlanza. Se cuenta que el conde encerró a su hija doña Urraca para evitar sus amoríos con un pastor cuando se hallaba prometida al hijo del monarca leonés.

Romance sobre el castillo del río Luna

Canta el romance que el rey Alfonso el Casto mandó a su hermana Doña Ximena a la fortaleza de Luna, encargando su custodia a uno de sus más valerosos caballeros, Sancho Díaz, conde de Saldaña. Al cabo de unos meses de sus amores secretos nació un niño, Bernardo del Carpio, héroe más tarde en Roncesvalles. Sintiéndose traicionado el rey quiso castigar a los culpables y los encerró de por vida: a ella en un monasterio y a él, tras privarlo de la vista, en las mazmorras de Luna. Cuentan que hasta hace poco se guardaban en Luna los grilletes que cautivaron al conde que nunca fue liberado, a pesar de la insistencia de su hijo.

LA ROCA DE LA MÚSICA MÁGICA. Cañón del río Lobos.

«Relatos y Leyenda Ayuntamiento de Navafría».

En las estribaciones de la sierra de Nafría, poblada de jaramagos, enebros y sabinas; muy cerca del lugar donde el río Lobos desemboca formando una hoz, justo allí donde nace el río Ucero, se llega a divisar entre breñas y peñascos la pequeña ermita románica que dicen fue, junto con las ruinas de algunas antiguas construcciones que por allí se esparcen, morada de Caballeros Templarios.

Una antigua leyenda, transmitida de abuelos a nietos, al amor de la lumbre, en las noches de invierno, dice, que hace muchos años, en el castillo de Ucero, del que ahora sólo queda la torre del homenaje rodeada de la muralla y la vega, vivía el último Señor de Ucero. Tres hijas tuvo, a cual más hermosa, pues grande era la armonía y dulzura de sus semblantes.

Cuando llegaron a la edad adulta, en la que debían cambiar de estado y tener por dueño y señor, en vez de al padre, al esposo, y para lo cual habían sido educadas en el conocimiento de todas las bellas artes que debía conocer una dama, (incluso la música que interpretaban de manera virtuosa, acompañándose de algún instrumento), las tres muchachas fueron aquejadas de un misterioso mal que las inclinaba y seducía a buscar inspiración y refugio en lo alto de una roca.

Solían llegarse hasta este lugar, que dista del castillo media lengua, por las tardes. Un año, el día del solsticio de verano, se reveló el lugar como mágico. Al terminar de sentir el oído el sonido de la última campanada de la ermita, comenzó a oírse un acorde lejano que quizás pudiera confundirse con el zumbido del aire, pero que era un conjunto de voces lejanas y graves. Las muchachas, sin proponérselo, empezaron a cantar. La música sonaba al compás de sus voces; una música como el rumor distante del trueno, que desvanecida la tempestad, se aleja murmurando; como el ulular del viento que gime en la concavidad del cañón; como el monótono ruido de las esquilas del ganado; como el grito del búho que escondido en lo más profundo del monte, marca con él su territorio; como el eco de un antiguo clavecín, acompañando a una música celestial. Todo esto y mucho más era la música que acompañaba al melodioso canto de las muchachas; todo esto y mucho más que no se puede explicar ni concebir.

Este extraño fenómeno duró hasta después de que se puso el sol tras los montes; y así que cesó la música mágica, dejaron las muchachas de cantar. Absortas y aterradas, habían sentido estar fuera del mundo real; viviendo en esa región fantástica del sueño, en la que las cosas se revisten de formas extrañas y mágicas. Comenzó a llover; las nubes flotaban en oscuras bandas y, entre jirones, se deslizaba un furtivo rayo de luz de luna, llena, pálida y dudosa. Un estremecimiento vino a sacar las muchachas de aquel estupor que las dominaba y embargaba las facultades de sus espíritus. Sus nervios saltaron al impulso de una emoción fortísima; y un horrible espeluzno las agitó convulsivamente.

El aire, al azotar con fuerza los enebros y sabinas, diríase que exhalaba gemidos. Las muchachas descendieron de la roca por la senda tortuosa y empinada y, bajo la tormenta cargada de relámpagos y truenos, llegaron al recinto de la ermita a pedir refugio. La enorme puerta, al empuje simultáneo de las tres, cedió, se abrió chirriando sus goznes, como si llevase mucho tiempo cerrada; como si le costase franquear la entrada a gente extraña a sus recintos, a sus secretos, a sus misterios…. Al abrirse el portón de par en par…., los cabellos de las tres se erizaron de horror. Tal fue la espeluznante y espantosa escena que presenciaron sus ojos que fue la causa de que las tres perdieran entonces para siempre la razón.

Y dicen que desde entonces, en la tarde del solsticio de verano, se oyen sus voces entonado cánticos junto con extrañas y fantásticas músicas en lo alto de la roca de la música mágica.

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Elena Bargues