Elena Bargues

Historias de Vauban, La máscara de hierro

El HOMBRE DE LA MÁSCARA DE HIERRO

LOS HECHOS REALES
En agosto de 1669, Eustache Dauger fue encarcelado en la fortaleza de Pignerol en los Alpes. Su carcelero, Bénigne d´Auvergne de Saint-Mars, recibió una carta del ministro de Guerra, Louvois, en la que se explicaba las condiciones en que se debían mantener al prisionero:

«…que sea guardado con la mayor seguridad y no pueda comunicarse con nadie. Os aviso con anticipación para que podáis apercibir un calabozo en el que nadie pueda comunicarse con él, con unas puertas bien seguras para que ni los centinelas puedan oírlo. Será preciso que llevéis diariamente a este miserable algo con que mantenerse una vez al día. No escucharéis jamás nada de lo que diga y lo amenazaréis con la muerte si os habla algo que no sea estrictamente sobre sus necesidades».

Por otra carta del propio Louvois, se calcula que el prisionero rondaría los trece años en el momento de su confinamiento. A partir de aquí, el prisionero iniciará un periplo por las diferentes cárceles a las que Saint-Mars era enviado.

En 1681, Saint-Mars es nombrado gobernador del castillo de Exilles en el Piamonte, a donde se traslada el prisionero Dauger. En 1687 es nuevamente trasladado junto con su prisionero a la isla Santa Margarita, frente a Cannes. El 19 de julio de 1698, el marqués de Barbezieux, hijo de Louvois, y ministro de Guerra, como su padre, ordena a Saint-Mars que tome posesión de su nuevo nombramiento como gobernador de La Bastilla y realice el viaje «con su antiguo prisionero, tomando todas las precauciones necesarias para que nadie lo vea ni lo reconozca».
El prisionero fallece cinco años después. Étienne du Junca, lugarteniente del rey en La Bastilla, deja constancia de la muerte del prisionero: «El lunes 19 de noviembre de 1703, aquel prisionero desconocido, siempre enmascarado con un antifaz de terciopelo negro (…) habiéndose indispuesto ayer al salir de misa, murió hoy a las diez de la noche sin haber tenido una larga enfermedad…».
Sus pertenencias fueron quemadas, se levantaron las losas del suelo y se revisaron los muros en busca de algún mensaje, se encaló de nuevo para que no quedase ningún vestigio. Fue enterrado en el cementerio de Saint-Paul con el nombre de «Marchiel». En su sepulcro se vertió vitriolo para consumir el cuerpo y su cabeza fue sustituida por una piedra.
(La documentación oficial se conserva en la Biblioteca del Arsenal; el certificado de defunción se conservó hasta 1871 en el Ayuntamiento de París, año en que se quemó durante un incendio).

LA LEYENDA
Estos son los hechos reales y documentados, a partir de aquí son elucubraciones. La escritora de novela histórica y romántica en su trilogía «Secretos de Estado» propone a François de Borbón-Vendòme, duque de Beaufourt, apodado el rey de Les Halles durante la Fronda. A causa de su soltería se le suponen unos amoríos con la reina Ana de Austria cuyo fruto será el futuro Luis XIV. Durante un asalto en Candía, el 25 de junio de 1669 fue asesinado y su cuerpo no fue hallado. Esta acumulación de extrañas circunstancias condujo a pensar que era el misterioso prisionero, a quien Luis XIV no se atrevió a matar por ser su padre.
Por parecidas razones se pensó en D´Artagnan, quien conocía demasiados secretos de estado para que Luis XIV lo dejara campar libremente por el reino. Tras el asalto de Maastricht, no fue encontrado su cadáver.
Alejandro Dumas añadió su granito de arena con la tesis de los gemelos.
No obstante, tras analizar los hechos reales, ninguno de estos señores contaba con trece años cuando ingresó «como prisionero», tampoco cuadran los años de cárcel y la peregrinación por las fortalezas francesas. Quizá la hipótesis que más se aproxima sea la de Dumas. Pero sólo será eso: una teoría más, como la que plantean mis personajes en «El botín de Cartagena de Indias»:

«—Vauban nos reveló una historia escalofriante de un hombre encerrado de por vida con todas las consideraciones. Lleva el rostro cubierto y nadie puede hablar con él. El rey lo mantiene aislado y no está registrado, es un secreto de estado. Ha sido enterrado en vida, es un muerto viviente.
—¿La familia tampoco? Si se le contempla con comodidades, es alguien importante —afirmó Gastón.
—Ése es otro dato curioso. Nadie ha preguntado por él, nadie lo ha echado de menos. Ni Louvois, que lo encarceló, ni su hijo conocen la identidad del personaje.
—Parece un acertijo —intervino Mariana—. Un dramaturgo español, Calderón de la Barca, escribió una obra que puede responderlo: «La vida es sueño». Un rey tiene un hijo y le vaticinan que le arrebatará el trono. Para que eso no ocurra, el rey encarcela a su hijo de por vida. Al final, sucede lo vaticinado. Si el prisionero enmascarado pertenece a la familia real, quedan explicadas las comodidades y la falta de familia que abogue por él.
—Pero en la Corte se le hubiera echado de menos y ¿por qué el antifaz? —planteó Gastón».

Elena Bargues